viernes, 11 de junio de 2010

Historias de becarios. Bromuro bajo el sol (y III).

Rodrigo se abrió paso casi con violencia y les preguntó, casi gritando:
- Pero, ¿qué os ha pasado? ¿No os dejé claro que tuvierais mucho cuidado con el bromuro de etidio, que es muy peligroso? ¡Además, ni siquiera llevabais la bata puesta!
- Estábamos con Pablo – alcanzó a decir Begoña, al borde de las lágrimas -, como tú nos dijiste, y vinimos al cuarto de luz ultravioleta a ver un gel de agarosa…
- … y no sé cómo ocurrió – continuó Raquel, algo menos afectada que Begoña – pero alguien debió dejar una cubeta con tampón teñido con bromuro de etidio en esa estantería, y al abrir la puerta debimos golpearla y… ¡no sé, no sé cómo ha podido pasar!... ¡¿Y qué hacemos ahora?! ¿No decías que esta cosa es cancerígena? Además, no nos dijiste que nos pusiéramos la bata…
Rodrigo calló ante la evidencia. Había estado tan ocupado metido en sus asuntos que olvidó comentarles la regla número uno del laboratorio: trabajar siempre con la bata de laboratorio puesta. Intentó calmarse y pensar un poco. En el Departamento había poca gente a esa hora y él no era experto en sustancias tóxicas. Hizo un esfuerzo de concentración para recordar sus escasos conocimientos sobre el dichoso compuesto: el bromuro de etidio es una sustancia potencialmente carcinogénica, pero por su estructura similar a la de otras sustancias con seguridad cancerígenas se tomaban siempre muchas precauciones. Había que hacer algo rápidamente.
- ¡Lo primero, esa ropa, fuera! ¡Toda la ropa manchada por el bromuro de etidio fuera, antes de que la traspase y os llegue a la piel aún más cantidad! ¡Venga!
- Pero… estamos en camiseta… y…y no llevamos nada debajo… – balbuceó Begoña.
- ¡Chicas, no sé, qué queréis que os diga, no estamos ahora para andarnos con vergüenzas y cosas así! ¡El tiempo pasa! ¡Venga, la ropa fuera, y luego a una ducha de emergencia!
- ¿… y los pantalones también? – gimió, temiéndose la respuesta, Raquel.
- Pero, ¿os habéis visto los pantalones? ¡Están rojos perdidos! ¡Pues claro que también!
Una voz anónima, de entre el corro de mirones, exclamó:
- ¿Por qué no os ponéis el bikini?
- ¡Claro! – exclamó Rodrigo -. Hoy habéis ido a la piscina, ¿verdad? Pues venga, meteos en el baño, quitaos la ropa y salid con el bikini. ¡Pero rápido!
Begoña y Raquel obedecieron: entraron en el servicio y se embutieron en sus bikinis mientras Rodrigo ahuyentaba al grupo de mirones.
- ¡A las duchas de emergencia!
Entraron en un laboratorio con dos duchas de emergencia y Begoña y Raquel se colocaron bajo el chorro de cada una de ellas.
- Aquí tenéis jabón. ¡Frotaos bien!
Mientras las chicas casi se arrancaban la piel para eliminar todo rastro de bromuro, Rodrigo continuó pensando: recordaba que, hace años, había investigado en internet para una clase de doctorado sobre tóxicos qué se podía hacer para inactivar el bromuro de etidio; lo que encontró era bastante poco concluyente: desde universidades estadounidenses que no lo consideraban un tóxico como tal y permitían a sus investigadores manipular los genes de agarosa con las manos desnudas, hasta institutos de investigación, también en Estados Unidos, que recomendaban esotéricas mezclas con sosa cáustica o carbonatos concentrados para inactivarlo. Obviamente, no iba a aplicar sobre el cuerpo de sus pupilas sosa cáustica ni nada por el estilo; en otros lugares, se utilizaba la simple lejía como inactivante, pero una ducha de lejía después de una de bromuro de etidio tampoco parecía la opción más correcta; entonces recordó otra página web en la que se afirmaba que, en una situación de emergencia como la que estaban viviendo, unas friegas de alcohol podían ser una primera solución.
- Chicas, ya podéis salir de las duchas. Aquí tenéis una botella de alcohol. Quiero que os frotéis todas las zonas de vuestra piel que hayan estado en contacto con el bromuro de etidio, ¿de acuerdo?
Las chicas obedecieron. Parecían algo más calmadas. Rodrigo les daba seguridad, parecía que sabía lo que estaba haciendo – aunque realmente estaba improvisando sobre la marcha -. Pero Rodrigo seguía preocupado. No se quedaba tranquilo. Sacó su teléfono móvil y marcó el número del Instituto Nacional de Toxicología para pedir información. Comunicaba. Volvió a intentarlo. Seguía comunicando.
- ¿Será suficiente con esto, Rodrigo? –preguntó Begoña, algo más tranquila.
Rodrigo, preocupado, daba vueltas y más vueltas esperando que alguien atendiera su llamada. Y en uno de sus giros, quedó frente a la ventana… y tuvo la revelación. Observó a través del cristal los luminosos rayos del sol de Mayo que bañaban el exterior de la Facultad, como si fueran enviados por un poder superior para ayudarle en este trance y emitió un leve suspiro de tranquilidad.
- Chicas, tenéis que salir y que os dé el sol. La luz del sol descompone la molécula de bromuro de etidio. Por el momento, y mientras consigo que me respondan del Instituto de Toxicología, es lo mejor que se me ocurre.
- ¿Salir? Pero ¿qué dices? ¿A tomar el sol, en bikini, en las escaleras de la Facultad, en medio de todos los estudiantes que entran y salen? – exclamó, preocupada, Raquel.
La chica estaba en lo cierto. Menudo espectáculo. Pero había un remedio.
- Sí, sí, llevas razón… Mejor salimos a un sitio menos transitado. Vayamos al patio trasero de la Facultad, donde está el aparcamiento de profesores. A esta hora no debe pasar casi nadie por allí.
Las chicas se miraron, sorprendidas y bastante azoradas, pero siguieron a Rodrigo.

El director del Departamento de Biología Molecular de la Facultad, sudando copiosamente, con el nudo de la corbata aflojado, acabó de bajar de dos en dos los escalones que lo separaban del aparcamiento de profesores. No se podía creer lo que había visto desde su ventana mientras tecleaba al ordenador: las dos chicas nuevas, semidesnudas, tumbadas en el suelo y tomando el sol en el aparcamiento privado de profesores… y Rodrigo sentado junto a ellas, hablando por su teléfono móvil. ¡Sólo faltaba que estuviera encargando unas cervezas!
El director del Departamento de Biología Molecular salió al exterior y se dirigió hacia ellos, mientras se cruzaba con el catedrático de Bioquímica, que le preguntó, entre risas ahogadas, si “esas” que tomaban el sol entre la estatua “Alegoría del Conocimiento” y el Mercedes del decano no eran sus becarias nuevas.
El director del Departamento llegó hasta ellos. Las chicas se quedaron mudas de terror. Rodrigo, que por fin había conseguido comunicar con el Instituto de Toxicología, se giró y su mirada se cruzó con la de su director de tesis. Hubiera preferido que un rayo lo hubiera fulminado en ese instante. Abandonó la llamada y, haciendo acopio de valor, acertó a balbucir:
- Te lo puedo explicar.
No fue muy original. Claro, que “no es lo que parece” era su segunda opción.

3 comentarios:

VictorJCid dijo...

¡Ya te vale con la ficción! Vamos, menudo morro el Rodrigo este. Por cierto, tomar el sol TAMBIÉN es cancerígeno. Y más que el bromuro de etidio, seguro...

Jotape dijo...

¿Seguro que eso no pasó de verdad?
En todo caso podeis aplicarlo a las "patitas", y para no desperdiciar bromuro probar con unas gotitas de betadine o mercromina. Suerte con la siguiente promoción.

Jotape dijo...

¿Seguro que eso no pasó de verdad?
En todo caso podeis aplicarlo a las "patitas", y para no desperdiciar bromuro probar con unas gotitas de betadine o mercromina. Suerte con la siguiente promoción.