viernes, 11 de junio de 2010

Historias de becarios. Bromuro bajo el sol (I).

El director del Departamento de Biología Molecular de la Facultad, sentado en el sillón de cuero de su despacho, tecleaba con rapidez en el ordenador. En un momento dado, se incorporó en su asiento y miró distraídamente a través del cristal de la ventana, que permitía una amplia visión del patio trasero de la Facultad, el que se empleaba como aparcamiento privado para profesores. De repente, se quedó lívido. Aunque estaba solo en su despacho, gritó a alguien inexistente:
- ¡¿Pero qué coñ...?!
El director del Departamento de Biología Molecular se levantó violentamente de su sillón de cuero y se aproximó a la ventana para tener una mejor visión de lo que ocurría. Su frente comenzaba a sudar copiosamente, como siempre que algo le alteraba en extremo. Volvió a hablar solo:
- ¡¿Qué leches está pasando ahí...?!

El director del Departamento salió rápidamente de su despacho dando un fuerte portazo y bajó de dos en dos los escalones que conducían al aparcamiento mientras se aflojaba nerviosamente el nudo de la corbata.

Exactamente nueve horas antes, a las ocho y media de la mañana, Rodrigo atravesaba a gran velocidad la puerta del Departamento dirigiéndose hacia el laboratorio en el que había pasado los últimos cuatro años de su vida y donde le esperaba un día denso como pocos; lo sabía, y por eso, cuanto antes comenzara, mejor. Cuando pasó por delante de la puerta entrecerrada del despacho del director, oyó su voz, esa voz suave pero firme, que desde que era estudiante de la carrera le había inspirado muchísimo respeto y que, de hecho, aún seguía provocándoselo.
- Rodrigo, ¿puedes venir un momento?
Ese tono... Rodrigo intuyó que la lotería de los marrones había sido sorteada y una vez más, le había tocado... “Esperemos que no, porque con el día que tengo, no sé de dónde voy a sacar el tiempo”, pensaba mientras recolocaba en su lugar correspondiente una parte de su camisa que se había salido de su encierro bajo el pantalón – el director era un buen tipo, pero tenía sus manías excesivas, como la de mantener exageradamente las formas, en la ropa y en la actitud-. Rodrigo carraspeó levemente y entró en el despacho.
- Buenos días.
- Ven, Rodrigo, siéntate; estas son Raquel y Begoña. Son alumnas de quinto curso de la carrera y han solicitado una beca de colaboración en el Departamento para iniciarse en la investigación.
Rodrigo confirmó su fatal intuición: “Diosss, hoy no, hoy no, con todo lo que tengo que hacer y me van a colgar dos patitos para que me sigan a todas partes...”, pensaba mientras saludaba a las nuevas adquisiciones con un par de besos. El director del Departamento comenzó a desarrollar brevemente el currículo de cada una de las jóvenes aprendizas: matrículas de honor, cursos,... Rodrigo no conseguía atender. No hacía más que pensar en cómo reorganizarse el día: por un lado, tenía que terminar de pulir algún apartado de su tesis doctoral y tenerla lista antes de esa noche, porque quería llevarla a encuadernar en el mismo día; por otro lado, estaba la publicación para la revista Journal of Biological Chemistry; en ella contaba los últimos hallazgos de su tesis, pero la revista había condicionado su aceptación para ser publicada a que en un plazo de tres meses se realizaran un par de experimentos adicionales; Rodrigo había finalizado ya los experimentos solicitados, había reescrito la parte correspondiente del artículo científico y sólo le restaba pulir el inglés, pero eso llevaba su tiempo, y el plazo impuesto por la revista terminaba al día siguiente; y por último, como tras defender la tesis doctoral deseaba marcharse unos años al laboratorio del profesor Russell, en Estados Unidos, tenía que proponer un proyecto de investigación para una estancia de dos años y enviárselo a Russell por correo electrónico antes de que terminara la semana; con todo esto, Rodrigo no se hacía ilusiones: no se marcharía a casa antes de las once de la noche. Pero con dos discípulas novatas añadidas, ya podía prepararse para pasar la madrugada entre matraces...
-... y he pensado que tú podrías introducir a Raquel y Begoña en esto de la biología molecular.
- Por supuesto… ningún problema … yo me encargo... Lo que no sé es si podré con todo: acabar con la tesis, la publicación para el Journal, el proyecto para Russell...
- Un casi doctor como tú seguro que puede – sentenció el director pensando ya en otra cosa.
Rodrigo se levantó y con él Raquel y Begoña, muy modositas, muy calladas, mirándolo todo con una mezcla de curiosidad y respeto. Cuando atravesaban la puerta, el director llamó de nuevo su atención.
- Perdonadme un momento, Raquel, Begoña,... Es una cuestión que os parecerá intrascendente, lo sé, pero a la que yo le doy importancia. Me he fijado en que Begoña utiliza unos pantalones vaqueros que parecen... no sé... rotos en su parte de abajo... y que arrastran... Y luego el piercing de Raquel... No quiero hacer el papel de vuestro padre, pero creo que es importante que os diga que en este Departamento intentamos mantener una cierta formalidad, o al menos discreción, en la forma de vestir. Somos un grupo de investigación importante, a menudo nos visitan científicos ilustres de diversos países, por no decir los contactos que tenemos con la industria farmacéutica... Creo que me entendéis... Debemos mantener una imagen seria, que corresponda con el trabajo que aquí se hace...
Raquel y Begoña, bastante sorprendidas ante aquella apología de lo políticamente correcto, asintieron sin pronunciar vocablo alguno mientras abandonaban el despacho. Rodrigo llevaba oyendo ese sonsonete cuatro años y sabía que no era para tanto; él siempre iba a trabajar en deportivas y nadie le replicaba, pero recordaba muy bien su primer año como becario de investigación, en el que el enorme respeto que su director le producía había conseguido que, tras años de calzado deportivo, se comprara por fin unos zapatos. Sonrió al recordarlo y tranquilizó a sus discípulas:
- No le hagáis demasiado caso. Siempre cuenta lo mismo. Es un buen tipo, pero tiene sus manías. Dentro de un rato se le habrá olvidado lo que os ha dicho. En fin, chicas, seguidme. Vamos para mi “despacho”. Allí charlaremos con más tranquilidad.
El “despacho” de Rodrigo era una pequeña mesa de oficina por la que parecía haber pasado un tornado: fotocopias de artículos científicos en inglés, apuntes de experimentos a medio hacer, varias libretas gruesas con sus hojas repletas de fotografías de microscopía electrónica, fórmulas y cálculos que Raquel y Begoña no se atrevían a intentar descifrar... El laboratorio entero era un pequeño caos ordenado, un acúmulo de muchas pequeñas mesas de oficina como la de Rodrigo rodeando a la parte principal del laboratorio: las mesas para el trabajo “de manos” (o “poyatas”, como normalmente se las nombraba). Cada poyata, a su vez, era un microcosmos de botes de vidrio rellenos con líquidos de variados colores, tubos de ensayo, placas Petri, minúsculos tubos de plástico con una pequeña tapa incorporada – los tubos eppendorfs, los más usados en el mundillo biológico-molecular -, y unas diez personas concentradas en sus respectivos experimentos mientras como música de fondo se oía, a un volumen bajo, la emisora de los “40 principales”. Rodrigo tomó asiento en su silla – adoraba su silla, era muy cómoda; la había conseguido en unos laboratorios que habían cerrado y antes avisaron de que iban a tirar a la basura todo su mobiliario- y sus discípulas le imitaron en sendos taburetes.
- Como hoy es vuestro primer día, creo que, mejor que poneros a hacer experimentos como locas y sin saber lo que hacéis, prefiero que me preguntéis lo que queráis: del Departamento, de lo que hacemos aquí, de si habéis pensado bien esto de ser investigadoras o quizá necesitáis un examen psiquiátrico – Rodrigo sonrió y las chicas rieron.
- Vale, empiezo yo – se animó Begoña -; me parece increíble esto de trastear nada menos que con genes: ¿cómo coges un gen de aquí, lo pones allí, lo mutas, le haces perrerías,…? ¡Si no los “ves” ni los puedes “coger”…! ¿Cómo se hace eso?
- Bueno, bueno, lo mejor es ir al grano, ¿verdad? Seguidme y os lo explicaré.

(continuará)

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