jueves, 11 de febrero de 2010

Tu boca es un ecosistema por explorar

Todos hemos oído hablar de la placa dental y hemos visto esos anuncios en la tele de repugnantes microbios que son arrasados por la eficacia antibacteriana del dentífrico o colutorio de turno. También sabemos que mantener a raya a las bacterias en la boca mediante la higiene dental básica que practicamos diariamente es una medida eficaz para la prevención de la caries y otras patologías que nos conducirían al nunca deseado encuentro con nuestro dentista. No te dejes engañar por esa sensación de frescor mentolado que sigue al cepillado… Incluso después de esta operación tu boca alberga millones de células bacterianas vivitas y coleando que representan unas cuantas decenas de especies. Ya se han catalogado más de 600 especies bacterianas como residentes de la cavidad oral de la especie humana y los microbiólogos encuentran todos los meses alguna nueva. En efecto, no te tienes que ir a Marte o a las lunas de Júpiter a buscar nuevas formas de vida. En tu boca tienes formas de vida en la Tierra aún sin catalogar. Y de la mayoría de las ya descubiertas no sabemos aún gran cosa. Aunque la tecnología genómica y la biología molecular están ayudándonos a conocer a los habitantes de nuestra boca en los últimos años, los científicos no pueden investigar gran cosa sobre ellos porque no saben como cultivarlos. Muchos de ellos, para que os hagáis una idea, no toleran el oxígeno y, además, las relaciones de interdependencia nutricional entre ellos son tan complejas que sería imposible sacarlos de su ecosistema y mantenerlos vivos en un laboratorio. Que tengamos la boca llena de bacterias no es tan sorprendente si consideramos que por cada célula de nuestro organismo hay 10 células bacterianas que habitan nuestro organismo. Se trata de nuestra microbiota. Al variado conjunto de especies que lo conforman se lo conoce como microbioma. Donde éste alcanza mayor biodiversidad es en el aparato digestivo y la boca no es una excepción. Sólo una hora después del cepillado nuestros dientes ya están colonizados por millones de bacterias que se adhieren al esmalte… Y no estamos hablando de infección, sino de salud. Viven en equilibrio con nosotros. Son parte de nosotros y, mientras ese equilibrio no se rompa, todos somos felices: nosotros y nuestros estreptococos, lactobacilos, actinomicetos, fusobacterias, espiroquetas… En fin, cocos y bacilos de todas clases. ¿De dónde vienen? El bebé es estéril en el seno materno, pero desde el minuto que sale al exterior su piel y sus mucosas son colonizadas. Al principio la microbota no es tan variada. Es rica en lactobacilos, eso sí, que como el propio lactante son amantes del poder nutritivo de la leche. Pero en cuanto surgen las primeras piezas dentales comienza a evolucionar el ecosistema, aparecen nuevas especies y se hace más complejo. Después de cepillarnos los dientes, la saliva nos trae flotando a los pioneros, los primeros colonizadores, que suelen ser estreptococos, unas bacterias que tienen aspecto de rosario al microscopio. Vienen de sitios protegidos, como las criptas de la lengua (para ellos los pliegues microscópicos de la mucosa en la lengua son amplias y profundas simas donde esconderse de las corrientes). El destino de la mayoría es ser engullidos con la saliva y literalmente quemados en ácido por los jugos gástricos en el estómago. Pero algunos se valen de estrategias moleculares, como la producción de adhesinas en su superficie, unas proteínas pegajosas que les anclan al esmalte. Una vez ahí secretan polímeros que les adhieren de manera más eficaz. De hecho secretan tanto que se quedan embebidos en esa matriz polimérica que se convertirá en la famosa placa. Si no eliminamos la placa de vez en cuando y además alimentamos a nuestros polizones con sacarosa (niño no comas golosinas que se te van a picar los dientes), las bacterias se agregarán a otras bacterias, la película polimérica crecerá y algunas comunidades bacterianas fermentarán la sacarosa produciendo ácido láctico, lo que causará una corrosión ácida en el esmalte dental que acabará, como poco, en empaste (para alegría de la cuenta bancaria de tu dentista). Lo interesante es que la composición en cuanto al número de especies y su abundancia depende de cada persona. Tu ecosistema es único y quizás irrepetible. Y eso es lo curioso, que no parece depender de qué comas ni de dónde vivas, sino de quién eres. Hay casi la misma diferencia entre tú y tu hermano que entre tú y un esquimal. Cada boca es un ecosistema distinto. La próxima vez que beses apasionadamente a alguien, piensa en la enorme trascendencia que tiene poner en contacto dos ecosistemas tremendamente complejos. Decenas de especies perfectamente adaptadas a ese medio de flujos hidrodinámicos de saliva contribuyendo al equilibrio de la diversidad local o alterándolo, luchando por asentarse en un nicho, por sobrevivir. La pasión de la vida.

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