jueves, 25 de febrero de 2010

Alfa-defensinas y SIDA ¿Motivos para la esperanza?

La prensa se hace eco estos días de un descubrimiento por parte de investigadores del Servicio de Inmunología del Hospital Clinic de Barcelona que puede tener relevancia para comprender los complejos determinantes que establecen la frontera entre ser seropositivo para el HIV y padecer la temible enfermedad, el SIDA. El descubrimiento en cuestión es que la producción de altos niveles de unas pequeñas proteínas llamadas “α-defensinas” por las células dendríticas de nuestro sistema inmune se relaciona con una ralentización en la aparición y progresión de la enfermedad. La actividad anti-VIH de las α-defensinas se conoce desde 1993, pero los datos de estos investigadores son novedosos porque relacionan cuantitativamente su producción en vivo con el estado de salud de las personas infectadas por el virus. Para llegar a esta conclusión, los investigadores han analizado comparativamente las células dendríticas de individuos sanos, de seropositivos HIV afortunados que parecen controlar por sí mismos la enfermedad y de pacientes que necesitan terapia antiretroviral para evitar el síndrome de inmunodeficiencia. Las células dendríticas son un tipo de células linfoides especializadas en procesar y presentar antígenos. En la batalla entre el invasor y nuestras defensas vienen a ser el “servicio de inteligencia” que procesa la información del enemigo y se la transmite a los mandos para elaborar la estrategia de ataque más apropiada. Además, parece ser que las células dendríticas van armadas, como buenos agentes especiales: producen estas defensinas, que son parte de nuestra inmunidad innata. Las defensinas son pequeños péptidos catiónicos, es decir, proteínas minúsculas con carga iónica positiva, de las que se conocen tres familias: α, β y θ. Los humanos sólo producimos alfa (6 tipos) y un número indeterminado de beta. Las alfa-defensinas son parte del arsenal químico que los fagocitos que patrullan nuestro organismo velando por nuestra salud reservan a las bacterias que engullen. De hecho, se sabe que durante ciertas infecciones bacterianas, como la meningitis y la tuberculosis, las alfa defensinas se producen en nuestro organismo con mayor profusión. Se las describe a veces como “antibióticos naturales”. Bien dicho, pues se ha demostrado su actividad contra todo tipo de bacterias, hongos y parásitos. Además del HIV, se conoce su actividad frente a otros virus envueltos (recubiertos de membrana), como el herpes y la gripe.
Lo más fascinante de estas pequeñas proteínas es que no se conoce con precisión cómo actúan. A las bacterias parece que les hacen pupa de muchas maneras, pero la hipótesis más generalizada, basada en su naturaleza química, es que las defensinas destruyen la membrana plasmática de las células invasoras, por ejemplo, las bacterias. Pero, entonces, ¿cómo se libran de ellas las membranas de nuestras propias células? ¿A qué se debe esa selectividad? Esta pregunta es más difícil de resolver en el caso de los virus, cuyas membranas derivan de las células que infectan y, por tanto, su composición, salvo por la integración de proteínas virales, es químicamente idéntica a la de nuestras células. O bien, dándole la vuelta a la tortilla, ¿cómo sobreviven a las defensinas las bacterias de nuestra microbiota, todos esos millones de pequeños socios –nuestro organismo tiene 10 veces más células bacterianas que propias- que viven en equilibrio con nosotros? Mientras no se esclarezca el mecanismo molecular de acción de las defensinas, hay demasiadas sombras sobre sus aplicaciones en Biomedicina.
Aunque pudiéramos pensar que el uso terapéutico de las alfa-defensinas podría ser la panacea contra las enfermedades infecciosas, la cosa no es tan fácil. Al tratarse de proteínas, la administración se haría más complicada que en el caso de los fármacos habituales, que son normalmente pequeñas moléculas orgánicas. También es inquietante pensar que las personas con esquizofrenia parecen tener niveles más altos de alfa-defensinas, con lo cual no podemos descartar que una inoculación artificial de estas sustancias desencadene problemas neurológicos. Pero estimular su producción por parte de las células dendríticas es sin duda una posible estrategia que las personas afectadas por el HIV deberían contemplar con esperanza. Si se mantienen las expectativas de Josep Maria Gatell, el director de esta investigación, como hemos visto hoy en la tele y leído en los periódicos, podríamos tener en la mano un arma poderosa contra el SIDA. Habría que ver si la convivencia pacífica de ciertos simios con su equivalente virus de inmunodeficiencia tiene que ver también con este fenómeno.

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