domingo, 28 de febrero de 2010

Evolución (3). A vueltas con Darwin y la religión.

No deja de sorprender que la evolución de los seres vivos, incluido el hombre, constituya un hecho tan ampliamente aceptado por los científicos y, sin embargo, tan poco integrado en el pensamiento del ciudadano medio. Quiero decir que, si surge el tema en la conversación, no es raro descubrir que la aceptación de la evolución por numerosas personas no dedicadas a la ciencia es más bien superficial y que, si se insiste en el tema, se acabe confesando que, en el fondo, no se puede “tragar” eso de que algo tan complejo como (por ejemplo) la mente humana pueda “hacerse solo”.

Muchas de estas personas han llegado a esta conclusión tras reflexionar seriamente sobre el tema e intentando, si son religiosas, dejar aparte las implicaciones de este tipo; para este tipo de lector irá dedicado el próximo escrito y último dedicado a la evolución (sí, sé que algunos habéis respirado tranquilos…), que ya queda anunciado. Pero sospecho fuertemente que la mayoría de las personas que no consiguen aceptar la evolución se basan en motivos religiosos: que el mono y el Homo sapiens compartan antepasados comunes no casa bien con la visión religiosa que del hombre tienen muchas personas. Es el viejo tema del supuesto conflicto entre ciencia y religión. Mucho se ha escrito sobre este asunto, haciendo énfasis en que se trata de dos ámbitos independientes y que no se influyen, y exponiendo largas listas de eminentes científicos que también han sido personas religiosas. Pero el problema sigue. Y, en mi opinión, esto sucede porque, aunque ciencia y religión no se oponen, sí lo hacen la ciencia y cierto tipo de religión. Prepárense, que vamos a filosofar un poco.

A lo largo de la historia, el hombre ha ensayado diversos métodos para conocer y entender la Naturaleza: mitología, religión, arte, filosofía, ciencia… De todos ellos, el recién llegado es la ciencia, cuyo nacimiento suele fecharse en el Renacimiento, con los trabajos de Galileo y sus coetáneos en otras ramas del saber. Y si hay una diferencia fundamental entre la ciencia y el resto de modos de relacionarse con la realidad, pienso que es su afán de objetividad: la ciencia se mueve continuamente entre hipótesis, que a veces alcanzan el estatus de teorías y, en menos casos aún llegan a aceptarse como “verdades” científicas; pero, para ello, estas “verdades” han de ser demostradas de forma que puedan ser aceptadas por todos. E, incluso en este caso, la ciencia siempre es falsable: la acumulación de evidencias a favor de una teoría la fortalece, pero bastaría con una sola objeción suficientemente demostrada para que dicha teoría se fuera a pique. Sin duda, por estas características, la ciencia es el método de acceso a la Naturaleza más estricto de los que se han ensayado a lo largo de la Historia, y seguramente de ahí provenga su éxito.

Es importante enfatizar que la ciencia no pretende poseer ninguna verdad, sino teorías que cada vez se vayan acercando más a una descripción exacta de la realidad. La Ley de la Gravitación de Newton fue aceptada como “verdad” cuasi-absoluta durante dos siglos, hasta que hubo de ser sustituida por la Relatividad General de Einstein. ¿Es la teoría de Einstein la descripción definitiva del concepto de “gravedad”? Probablemente no, pero gracias a él nos hemos acercado un poco más a la verdad, como la asíntota se acerca infinitamente a la recta, aunque nunca la llegue a tocar. No es la ciencia, por tanto, la poseedora de verdades absolutas (aunque desafortunadamente algunos científicos se comporten como si lo fuera).

En este sentido, el darwinismo o teoría de la evolución mediante selección natural, como todas las teorías científicas, es falsable: puede ser derribada siempre que se encuentre una objeción suficientemente demostrada. Ciertos grupos religiosos, originarios y casi exclusivos de Estados Unidos, pretenden aprovechar esta característica de toda teoría científica para descartar la evolución y sustituirla por una doctrina que, en su forma más radical, coincide con el relato bíblico de la Creación (que Dios creó el mundo en seis días y al séptimo descansó, etc, etc…). No deja de sorprender que, habiendo invocado la falsabilidad de las teorías científicas para intentar derribar la de la evolución, estos señores se descuelguen a continuación con una serie de enunciados que son imposibles de someter a la prueba de falsabilidad

Estamos refiriéndonos a la doctrina del creacionismo. En algunas zonas de Estados Unidos, el poder de los grupos religiosos es tan importante que se presiona a políticos para que en la escuela se estudien en pie de igualdad y como dos alternativas serias la teoría de la evolución y la doctrina creacionista. Y la cuestión es peligrosa porque, al emplear inadecuadamente el argumento de “más libertad académica”, se está intentando introducir con calzador en los currículos escolares una asignatura que no tiene nada de teoría científica.

Todo esto viene por mezclar y revolver conceptos de ámbitos distintos y que no se entienden bien o no se quieren entender. Veamos. En primer lugar, hay que distinguir entre lo que denominamos “evolución biológica” y sus “mecanismos”. Sobre la primera, el apoyo científico es apabullante, tanto, que casi podríamos considerarla como “verdad” científica: haría falta una objeción verdaderamente gigantesca para que los científicos cuestionaran que los seres vivos evolucionan. Sobre el segundo asunto, los mecanismos de la evolución, aún se sigue debatiendo, pero no porque no se conozcan dichos mecanismos en líneas generales, sino porque todavía quedan puntos por afinar o visiones que encajar adecuadamente unas con otras. Como visión aceptada también por la gran mayoría del mundo científico, podemos decir que en los seres vivos se genera variabilidad mediante mutación en su ADN (y si los genes afectados son reguladores importantes, como los genes Hox, el resultado es un cambio mucho mayor en el organismo) y mediante la endosimbiosis (se ha aceptado ya el origen bacteriano de mitocondrias y cloroplastos; se discuten otros orgánulos y estructuras intracelulares). Si, además de los citados, existe algún mecanismo adicional de importancia en la generación de variabilidad, el tiempo lo dirá. También se discute sobre el ritmo al que se produce la evolución: de forma gradual, permanente, lenta, o bien, en ocasiones, más acelerada; probablemente se den las dos velocidades; los períodos de evolución rápida explican, al menos en parte, la escasez de formas intermedias entre los fósiles que se recopilan. Es en estos aspectos donde todavía pueden producirse algunos cambios o realizarse aportaciones en la teoría de la evolución.

Así pues, cuando el creacionismo insiste en las “lagunas” de la evolución, habría que aclararles varias cosas: 1) que, más que “lagunas”, habría que hablar de “charquitos”; 2) que las razones que dan para oponerse a la teoría de la evolución no son aceptadas por la inmensa mayoría de los científicos; 3) que, en buena medida, ello se debe precisamente a que no son científicas: no son objetivas (no pueden ser compartidas por todos) y no son falsables (si la base de la teoría es una acción divina que no puede detectarse - por eso, por ser divina -… ¿cómo demonios se puede intentar demostrar que esa acción no existe?).

Seguiremos hablando del supuesto conflicto evolución-religión, pero dándole una vuelta de tuerca más, que lo haga más interesante: ¿han oído hablar del “diseño inteligente”? Nos vemos.

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