lunes, 27 de octubre de 2008

Gramsci y la Ciencia


Antonio Gramsci era un político e intelectual sardo, fundador del Partido Comunista Italiano y de la revista Ordine Nuovo, a quien Mussolini no tenía demasiada simpatía, por razones obvias. Resulta interesante revisar casi un siglo después sus reflexiones sobre “la Ciencia y la ideología científica” dentro de su panfleto de historicismo marxista "Introducción a la Filosofía de la Praxis" (ya, ya, seguro que en tu biblioteca hay algo más ameno que este rollo). Hoy hablar de la Ciencia como una “ideología” resulta un disparate, pero en aquella Europa caliente en que las ideologías movían masas, parece ser que cabía plantearlo. Eso sí, de ser la Ciencia una ideología, Gramsci reconocía que sería superior jerárquicamente a otras ideologías. Incluso se siente tentado de proponer que cabe considerar a la Ciencia como la “concepción del mundo por excelencia, la que destruye todas las ilusiones ideológicas y sitúa al hombre frente a la realidad tal como es”. Hay que admitir que aunque el método científico busque la máxima objetividad en la interpretación de los fenómenos naturales, siempre está sujeto a la subjetividad del observador científico. Y esto pone a los científicos siempre en el punto de mira de los filósofos… Gramsci se pregunta: “¿Todo lo que la Ciencia afirma es objetivamente verdadero? ¿De modo definitivo?” Y el mismo se contesta, sabiamente: “Si las verdades de la Ciencia fueran definitivas, la Ciencia hubiera dejado de existir como tal, como investigación, como nueva experimentación, y se limitaría a divulgar lo ya descubierto.” ¡No, por favor, qué aburrimiento! También dice Gramsci que la visión experimental directa de “estas ciencias microscópicas” es privilegio de unos pocos que aún no han desarrollado de manera adecuada la “literatura” para transmitir esos conocimientos de manera satisfactoria, y nos previene que la Ciencia debe divulgarse “por obra de científicos y estudiosos serios, no de periodistas omniescentes y autodidactas presuntuosos”. De lo contrario, se corre el riesgo de caer en la “superstición científica, que lleva consigo ilusiones tan ridículas que la misma superstición religiosa (el opio del pueblo, ya sabes) resulta ennoblecida” ¡Toma ya! Es curioso que el trasfondo de estos pensamientos siga tan vigente en una sociedad tecnológica como la nuestra, en la que las ideologías a las que se aferraba tanto Gramsci como sus enemigos políticos han caducado por infames, después de causar todo el daño que han podido. Bueno, nos queda el consuelo de que tanto la Ciencia como la Filosofía ennoblecen el espíritu humano y que no necesariamente han de estar enfrentadas, constituyendo dos vías alternativas que nunca hay que entender individualmente de manera absoluta, a riesgo de caer en algún tipo de fundamentalismo. El caso es que este personaje, jorobado y enclenque, maltratado por su época y ya semiolvidado, no mereció la mala vida que llevaba. Algunos reflexionaron menos sobre la “Filosofía de la Praxis” pero vivieron mejor. ¡Qué injusticia! La tuberculosis y las cárceles de Mussolini acabaron con él a los 46 años. ¡Fuera las ideologías! ¡Forza Antonio (por atreverse a cuestionar las suyas propias en aras de la Ciencia)!

martes, 14 de octubre de 2008

Verde que te quiero verde




Puede resultar llamativo que unos investigadores reciban el Nobel de Química 2008 por haber descubierto una proteína fluorescente. Y además verde. De hecho, esto es algo especialmente intrigante para un químico, que sabe que las proteínas, químicamente hablando, son largas cadenas cuyos eslabones (los 20 aminoácidos que las componen) son comunes a todas ellas. Lo que hace diferente a una proteína de otra es simplemente la secuencia en la que estos se disponen, pero si hay algo fluorescente en una proteína lo hay en todas, ¿no?… Un químico avezado diría que esa proteína está unida a algo más… El “fluoróforo” en cuestión, claro, que ha de ser una molécula orgánica compleja, con anillos conjugados cuyos átomos comparten electrones, de esas cuya fórmula es la peor pesadilla de los estudiantes de Química. Pero no, no hay trampa ni cartón, la Green Fluorescent Protein, GFP para los amigos, fluoresce por sí sola y está compuesta sólo por los 20 aminoácidos esenciales, los mismos que cualquier otra proteína. ¡Demonios! ¿Cómo lo hace? Además de verde, ¿es marciana? Pues no, Osamu Shimomura, de Massachussets de toda la vida, como su nombre indica, pero también aficionado al pescado crudo, la encontró en una medusa. De hecho, es la causa de que esa medusa sea fluorescente (caprichos de la madre naturaleza… pensad que en las profundidades marinas hay peces con una linternita en la frente, así que no se les debe hacer tan raro convivir con estas excentricidades). No se trata de reacciones bioluminiscentes, como en las luciérnagas, simplemente de la presencia de una proteína, que si es irradiada con luz azul emite luz verde. Para entenderlo hay que pensar en tres dimensiones, porque el fascinante mundo de las proteínas es netamente tridimensional. Resulta que la GFP adopta un plegamiento compacto en forma de barrilete, con la fortuna de que en el centro del barrilete entran en contacto tres aminoácidos dispuestos espacialmente de tal manera que comparten electrones entre sí y generan un fluoróforo. Casualidades de las de una entre un billón.


Esto es un chollo para los biólogos celulares, porque si fusiono el gen de la medusa que codifica esta joya con mi gen favorito y consigo expresarlo en mi célula favorita, produzco una quimera que es mi proteína favorita con un farolito verde. Ahora miro mi célula favorita con un microscopio de fluorescencia y me paso las horas muertas espiando la vida secreta de mi proteína favorita en un organismo vivo. Esto se le reveló a Martin Chalfie, neoyorquino de Chicago de toda la vida, acaso viendo los luminosos de Broadway o Times Square. ¿Por qué esto ha revolucionado la Biología Celular? Fácil: antes para ver dónde estaba tu proteína favorita en la célula o en un tejido necesitabas dejar a la célula tiesa (lo que los microscopistas, que son muy finos, llaman “fijar la muestra”) y luego detectar tu proteína con anticuerpos específicos conjugados químicamente con un fluoróforo al uso. Gracias a eso había sido posible asociar cada proteína al orgánulo celular donde trabaja, o al tipo de tejido en que se expresa. Pero la GFP es Hollywood… ¡Puedes trabajar sobre células vivas! El sueño del biólogo celular se hizo realidad: Vimos moverse al citoesqueleto, translocarse al núcleo a los factores de transcripción, formarse los tejidos embrionarios… Todo a tiempo real. Y en un verde medusa de lo más resultón. Para caérsele a uno la baba. En esta página web, puedes ver ejemplos de localizaciones típicas de fusiones a GFP en una célula. Y aunque el verde es el color de la esperanza, la cuestión es que si queríamos hacer esto con dos proteínas a la vez, a ver si frecuentaban los mismos antros celulares, no había manera porque al ser las dos verdes era imposible saber quién era quién. Esto lo solucionó el que nos faltaba, Roger Tsien, californiano de los de Manhattan de toda la vida, que se dedicó a introducir mutaciones de fantasía en el barrilete para cambiar sus propiedades espectrales… Azul, cyan, amarilla… Proteínas fluorescentes de diseño alternativas a la verde. La más esperada, la roja, hubo que robársela a otros bichos, porque la pobre medusa no daba tanto de sí. Lo bien que nos lo hemos pasado en todos los laboratorios de Biología durante los últimos quince años gracias a estos señores no lo sabe nadie. Y lo que nos queda. Merecido premio. Espero que en la ceremonia de entrega se lo agradezcan a la medusa, no obstante.

jueves, 25 de septiembre de 2008

¿Crees que puede haber vida en Marte?


El otro día en una conferencia conferencia científica, el profesor Ricardo Amils, reconocido geomicrobiólogo, partía de la hipótesis de que, dada la probada existencia de agua en Marte, era posible la existencia de vida en el planeta rojo. La Geomicrobiología, como su nombre indica, estudia los avatares de la vida (microbios, claro) sobre los minerales. La empresa no es sencilla, pero menos da una piedra.
La orografía y la distribución de los sedimentos parece dar alas a los sueños más húmedos de los astrobiólogos: que en tiempos pretéritos hubo agua líquida en Marte. Las misiones que los terráqueos hemos enviado a Marte, las más sofisticadas consistentes en “rovers”, correcaminos con aspecto de WALL·E, parecen constatar que no hay nada vivo pululando por la superficie de Marte a simple vista, pero tampoco descartan que algunos de los minerales analizados tengan un origen biológico. Algunos marcianoescépticos dicen que probablemente hay vida en Marte, pero vida extramarciana. Es decir, hay vida ahora que hemos mandado allá todo ese montón de chatarra contaminada con microbios terrícolas. Aunque dudo que al pobre estafilococo de la piel del técnico de montaje de la NASA que ensambló el brazo robótico del Opportunity le están gustando las vacaciones. Desde luego, las evidencias apuntan a que en la superficie del planeta rojo no hay señales de vida, lo que no sorprende teniendo en cuenta que, aunque la temperatura a mediodía en el verano marciano puede pasar de 20 ºC, las noches son fresquitas, de hasta 160 ºC bajo cero. Pero… ¿Y en el subsuelo? Amils apuesta por las perforaciones en futuras exploraciones marcianas en busca de vida. Dicho por un científico de los de barbas blancas y luengas, todo esto suena un poco “freaky”, incluso a tópico de profesor chiflado, pero este señor tiene autoridad para decírselo de tú a tú a sus colegas en la NASA. Su equipo ha encontrado microorganismos viviendo en el interior de bloques de pirita a más de 100 metros de profundidad, en ausencia de luz o materia orgánica para obtener la energía, la cual consiguen probablemente de oxidar iones ferrosos. Son microbios españoles de pura cepa, andaluces de Huelva de toda la vida, puesto que la franja pirítica de la región del Río Tinto es para los geomicrobiólogos algo así como la Tierra Prometida para el pueblo de Israel. Aunque Amils confiesa que la proximidad del jamón de Jabugo tiene que algo que ver con esto. Dado que estos microbios comen indigesta pirita en lugar de los citados “pata negra”, crecen muy despacito, pero no se pueden quejar de la temperatura, que jamás sube o baja de 20 ºC. Los detractores de la importancia de estas investigaciones (la Ciencia sólo se consolida a base de aportar pruebas experimentales supuestamente irrefutables a los incrédulos) alegan que esos bichos pueden ser contaminaciones inherentes al proceso de toma de muestra. A mí personalmente me parece que es loable extender los límites de la Biosfera en la Tierra, aunque sea a niveles inferiores a la red del Metro, antes de irnos a buscarla a otros planetas. En palabras del profesor Amils, “no sabemos si hay, hubo o habrá vida en Marte, pero tampoco sabemos cómo se originó la vida en nuestro planeta”. Lo más interesante de todo esto es que muchos científicos piensan que la respuesta a ambas cuestiones puede estar relacionada. Hay incluso algún visionario que sostiene que la vida pudo llegar a la Tierra en el interior de un meteorito. A lo mejor al final somos marcianos. Mira tú por dónde.

jueves, 19 de junio de 2008

¿Por qué CELLULARIUM?

Cellularium pretende ser para la Biología lo que un planetario es para la Astronomía: Un auditorio donde se nos muestra de manera virtual una realidad científica que no podemos percibir mediante nuestros sentidos. Tan excitante resulta la sensación de explorar la inmensidad del cosmos con ayuda de un telescopio como la de asomarse al microscopio a curiosear en los secretos de la vida. Esa sensación de vértigo es la emoción de sobrepasar nuestros límites y entrar en lo desconocido.
La célula es la unidad básica de la vida. Todos los seres vivos están compuestos por una o más células. Te interesará saber que si estás leyendo esto sin duda perteneces a la especie Homo sapiens y, por tanto, estás constituido por aproximadamente 10 billones de células a las que hay que sumar 100 billones de bacterias que viven permanentemente asociadas a tu organismo prácticamente desde el momento en que te parieron (eso para recordarte de paso que eres un mamífero o mamífera). Pero lo más fascinante es que cada una de esas pequeñas células tiene una función, una misión que cumplir, que se comunican entre ellas y cooperan eficazmente para mantener cada minuto el milagro de la vida. Y para dejar poco margen a la improvisación, todo está programado en tu genoma. Imaginarás que entender todo lo que ocurre en un organismo vivo es muy difícil, incluso para los científicos. Sin embargo, gracias a los avances de la denominada Biología Molecular en las últimas décadas, al desarrollo tecnológico y al aumento de capacidad de procesamiento de los ordenadores estamos viviendo en una auténtica “edad de oro” de la Biología Celular y Molecular. Y si no eres consciente de esto no sabes lo que te estás perdiendo.
En Cellularium te lo contamos.