Llevo dos semanas en el
entorno de Harvard, precisamente después de que el clímax de la ceremonia de
graduación dejase paso a un hiato veraniego... Las calles de Cambridge (Massachusetts) dejan de ebullir con la vida
estudiantil, pero en cada rincón de la ciudad sigue latiendo el pulso de la
academia. Es la seña de identidad de esta ciudad. Ahora serán los turistas los
que ocupen ese espacio que los estudiantes dejan vacante. Compran toneladas de merchandising académico en la COOP de Harvard
Square y en los puestos callejeros de todo Boston. En esto radica la diferencia sociológica
clave entre la universidad española y los campus de Harvard o el MIT: el enorme
reconocimiento social de la marca. Charlando con mis colegas y algunos paisanos
que han estudiado aquí me hago a la idea de que esto es lo que garantiza la
supervivencia de la propia institución: en efecto, los turistas compran
sudaderas, camisetas, gorras, calzoncillos, mochilas, llaveros, imanes para la
nevera y tazas de Harvard con el fervor que en nuestro país compran la misma
mercancía del Real Madrid o del Barça. Es lo que vende.
¿Será que los niños aquí no
quieren ser futbolistas sino ingenieros investigadores, médicos o abogados? No sé... Pocos lo conseguirán porque la admisión
requiere un compromiso previo y una férrea determinación para el estudio que no
es asumible por la mayoría de los adolescentes. Y dinero. Pero no siempre: me
consta que muchos estudiantes son seleccionados y becados por las aptitudes
mostradas en su currículum preuniversitario o en su entrevista o examen de
ingreso. Eso sí, una vez dentro la rutina no se parece a la de la universidad
pública española. Para empezar, aquí prácticamente todo el mundo obtiene un
notable rendimiento académico. Nadie suspende y, si esto ocurriera, no te
preocupes porque tu tutor te busca personalmente para preguntarte qué pasa
contigo. No cabe el fracaso, simplemente porque nadie espera que el estudiante
fracase y mucho menos él mismo (o ella, porque desde 1945 Harvard Medical
School admite mujeres y en el s. XIX el Radcliffe College ya las admitía… ).
Paseando por el campus te das cuenta de que todos los edificios tienen un
nombre propio que, en la mayoría de los casos, no te sonará de nada. ¿Un
científico famoso? ¿Un economista? Tal vez, pero no necesariamente. Se trata de
mecenas cuasianónimos, pero siempre millonarios y siempre antiguos estudiantes,
que donan fortunas para retroalimentar el prestigio de la marca. ¿Te imaginas a
los millonarios españoles regalando una pasta a la universidad en la que
estudiaron? (si algún millonario de la cultura del pelotazo ha estudiado,
claro). En la cultura mediterránea los lazos familiares son sagrados. En la sajona,
sobre todo a este lado del charco, lo son los académicos. Para un estudiante
universitario español, el arquetipo de profesor es alguien distante que
corregirá tu examen y tu objetivo es sisarle esos puntos aplicando la ley del
mínimo esfuerzo. Uno de los alicientes de graduarse es perderles de vista para
siempre. Para un estudiante de Harvard, el arquetipo de profesor es alguien que
a pesar de su prestigio y reputación, dedica su tiempo a transmitirte ese
conocimiento con paciencia y devoción. Aunque más que al profesor, a quien
quedan agradecidos es a la institución en sí.
Este sistema con una tutorización más directa es el que
tímida y torpemente el documento de Bolonia intentó implantar en Europa con
estrepitoso fracaso. El fiasco se debe a que al menos en España se intentó
implementar a coste cero y, en cualquier caso, cuando una generación más joven surgió con el
potencial para aplicarlo, la crisis económica les cerró las puertas de la
academia y de casi todo las demás... Veamos algunas cifras comparativas. UniversidadComplutense: más de 57.000 estudiantes de Grado, precio medio de matrícula
1.600 € (alojamiento y manutención por su cuenta), 4.671 profesores. Harvard University:
6.700 estudiantes de Grado, con un presupuesto anual por estudiante de 38.000 $
(57.000 con alojamiento y manutención), 5.900 profesores. Haced cuentas y hallad el
ratio alumno-profesor. Es cierto que la mayoría de los profesores de Harvard se
dedican a postgrado y el número de estudiantes de posgrado dobla al de
pregraduados, mientras que en la Complutense los estudiantes de Másteres y posgrado
son 10 veces menos, pero aún así… Ni tanto, ni tan calvo, que decía mi abuela.
La universidad pública española es una especie de milagro, de multiplicación de
panes y peces ad infinitum. Pero para
que la universidad pública ejerza su labor con calidad y competitividad no son
necesarias las cifras de vértigo de la élite académica de Harvard.
Sin embargo… ¿Es la excelencia
universitaria un reflejo de la realidad social? Aquí mucho menos que en España,
desde luego. Este es un país de contrastes: los centros de investigación en genética
y evolución más punteros del mundo frente a una masa de adeptos al
creacionismo; Harvard, Berkeley, Yale, Princeton, el MIT, baluartes de la élite
cultural de un país cuyos ciudadanos en los cinco últimos años compraron 1.500.000
fusiles-ametralladora de asalto como el que utilizó el abominable asesino de la
matanza de Orlando. Deben ser unos angelitos los americanos, en el fondo, porque
imaginaos qué carnicería supondría nuestro
temperamento mediterráneo tan aficionado al crimen pasional (ahora llamado
violencia de género) si en lugar de recurrir al cutre martillo, a la cobarde
defenestración, al socorrido cuchillo de cocina o, en el mejor de los casos, a
la escopeta de caza del abuelo, una de cada doscientas personas (una de cada 50
familias) tuviera un rifle-ametralladora, anecdóticamente comprado en los
últimos cinco años.
En fin, volviendo a la
pacífica academia, ya que esta vez para variar la matanza no ha sido en un
campus universitario, me cuentan que en Harvard empollar para los exámenes no es
lo rutinario. No se trata de llenarte la cabeza de fórmulas, teoremas o leyes:
se trata de saber buscar, gestionar y comunicar la información. Para ello
disponen de bibliotecas faraónicas, salones neogóticos con sofás de cuero y
chimeneas encendidas en invierno abiertas las 24 horas del día a su entera
disposición. Cuando las clases son lecciones magistrales, disponen al finalizar
de un profesor de apoyo cada cuatro alumnos para debatir sobre la clase o
reforzar sus contenidos. Los apuntes no sirven para nada. El estudiante debe ir
a las fuentes, buscar, indagar, “hacerse a sí mismo” en el más genuino estilo
americano. Quien destaca no es quien encuentra el libro y se lo aprende de pe a
pa, sino quien sabe en qué página de qué libros están las claves para dar una
respuesta creativa a las tesis propuestas por el docente. Oh, maravilla.
Si hace 20 años estas
estrategias de aprendizaje eran una mera alternativa a una educación superior
fría y escolástica que funcionaba con sus luces y sus sombras, pero funcionaba,
hoy son una necesidad y una demanda social incuestionable. La culpa es de “la
red”.
Internet ha cambiado
nuestra manera de acceder a la información y a la desinformación. A lo que se
suma el efecto que las redes sociales han cambiado la manera de relacionarnos.
Todo esto nos abre unos horizontes y un abrumador espacio, siempre virtual, a las
relaciones humanas y al legado cultural de la raza humana. Pero
¿quién no se ha quedado delante del navegador en blanco, sin saber qué buscar?
El exceso de información atrofia la curiosidad. Además, adentrarse sin carta de
navegación en un océano global de información sin límites puede ser peligroso.
De ahí que la labor docente en los centros de enseñanza debe, primero, tener un
componente humano, una dimensión moral, de transmisión no tanto de
conocimiento, sino de actitud hacia el conocimiento y su utilización según
valores éticos. Y, en segundo lugar, en nuestros días, debe ser la carta de navegación que ayude
al estudiante a llegar a puerto, a distinguir la ciencia de la paraciencia, las
hipótesis vigentes sobre la estimulación de la respuesta inmunitaria frente a
las arengas catastrofistas de los antivacunas, por poner un ejemplo en que
internet a menudo desinforma.
En este contexto, voy a
destacar un ejemplo del potencial que tienen las nuevas tecnologías de la
comunicación para ejercer de carta de navegación con un criterio científico a
la vez que lúdico e incluso aventurero, en el que he participado recientemente. Reconozco mi escepticismo inicial ante la idea del Profesor Ignacio
López Goñi, de la Universidad de Navarra, responsable del blog microBIO, de hacer
un curso masivo on-line (MOOC) sobre Microbiología por Twitter. Con el apoyo
del grupo de Difusión y Docencia de la Sociedad Española de Microbiología, reclutó
a 30 profesores y cada uno de nosotros preparamos una clase en 40 tuits sobre
bacterias, virus, hongos, biotecnología, infecciones, fermentación, fisiología,
etc., etc. En contra de mis expectativas, desde la primera clase me enganchó:
estábamos conectando en directo con un montón de alumnos virtuales curiosos por
la ciencia en diversos lugares del mundo. El profesor había seleccionado material
validado por sus conocimientos científicos, pero divulgativo y a menudo entretenido,
intentando sorprender en cada tuit. El resultado son
cientos de píldoras de conocimiento con otros tantos de enlaces a páginas,
imágenes, webs y videos sobre microbiología que, acabado el curso, ha quedado
recopilado en Storify. Quienes lo hemos seguido hemos aprendido y hemos disfrutado.
Todo ello gratis y dando un ejemplo espontáneo de lo que los especialistas en educación me consta estudian como nuevas
técnicas pedagógicas, aquí en Harvard y en muchos
otros sitios… Se habla de “gamificación” de la
enseñanza, aprender jugando sobre soportes audiovisuales e interactivos.
Tranquilos, Sócrates,
Unamuno… La oratoria no ha muerto, simplemente se propaga por fibra óptica.
Además, por mucho que nos empeñemos en automatizar el contacto humano, la experiencia
real no es como la virtual. Como realmente se aprende es por imitación. Y para eso
hay que establecer contacto directo con el maestro. No podemos estar siempre
navegando. Hay que tocar tierra de vez en cuando y poner los pies en el suelo.
Decía un maestro zen
japonés, el bueno de Eihei Dogen, mi lectura-evasión favorita para el verano, que la única manera de alcanzar el conocimiento (para él
era la iluminación, pero ¿qué es el conocimiento científico sino la búsqueda de
la verdad?) es encontrar la guía de un maestro, que debe ser “un hombre o un
mujer fuerte”, “de gran experiencia”, que haya alcanzado el conocimiento pleno (esto es mucho pedir) y que
esté dotado del “espíritu del zorro salvaje”, al que se supone inteligente y
astuto. Si llegáis a este puerto, sea de forma real o virtual, sea en Harvard,
en las calles del mismo Bilbao, en Badalona o en Vallecas, dejad de navegar y echad el ancla.