Hoy he pasado el día en una pequeña y agradable reunión científica en el CNB-CSIC, centrada en biología molecular del cáncer. No voy a reseñar los intríngulis moleculares que han presentado los ponentes sobre cómo lograr una quimioterapia efectiva. Pero sí voy a apuntar brevemente la sensación de impotencia ante una mera leve percepción de la complejidad de tan terrible enfermedad. Abrumador. Es un privilegio ser testigo de los enormes avances del conocimiento en este área. Pero es a la vez desalentador asumir que el cáncer no es una enfermedad que vaya a admitir jamás un tratamiento universal, cirugía aparte en los tumores sólidos... No sólo porque hay muchos tipos de tumores, sino porque las mutaciones en los diversos oncogenes y genes supresores que determinan la aparición y el desarrollo del tumor son distintas en cada individuo. Y sobre todo, hay muchas cosas que entender todavía: cómo surge el tumor, cómo progresa, qué su determina su malignidad, por qué se produce una metástasis... El conocimiento global ayuda, sin duda, y el avance en el control de cierto tipo de tumores en la última década ha sido muy notable gracias a ello, pero es un hecho que en muchos casos el pronóstico de la enfermedad y la respuesta a un tratamiento dado dependen de factores en gran medida desconocidos e impredecibles.
La realidad es que la inversión multimillonaria de las grandes farmacéuticas lleva a una plétora de moléculas hasta las primeras fases de ensayos clínicos en pacientes. Pero muy pocos compuestos llegan a las fases avanzadas y muchos menos a su aprobación y comercialización. Y de repente en un foro científico alguien expone un resultado basado en estudios genéticos sobre ratones, por ejemplo, y deja sobre la mesa la sombra de una duda: ¿todos esos compuestos están dirigidos contra la diana biológica apropiada? ¿O deberíamos cambiar radicalmente de estrategia? El cáncer depende de circuitos biológicos muy complejos, con múltiples interconexiones entre sí. A menudo apagar una rama del circuito implica la reactivación de otra. Es como luchar contra un dragón de varias cabezas con una sola espada. Si cortas una cabeza es probable que alguna de las otras se cabree más, si es que no le surgen dos de la herida, como a la Hidra mitológica. Bueno, en realidad es más complicado que eso, algo así como luchar con un dragón de varias cabezas capaz de multiplicarse dentro de un laberinto. Un dragón caprichoso y voluble, terrible pero impredecible. Es probable que la quimioterapia combinada, que corta varias cabezas a la vez, sea una solución en un futuro, si es que damos con los fármacos adecuados. Pero si los efectos secundarios de la quimioterapia con un solo fármaco son temibles, pues suma y sigue. Fascinante lucha contra el monstruo del cáncer, científicamente hablando. Más valiente aún la desesperada y triste lucha personal de muchos enfermos. Difícil será abatir al dragón. Lo que es seguro es que por el camino van a caer muchos muchos ratones, esos simpáticos y peludos mártires. Y muchos muchos millones de euros. Bien empleados, claro está.
En fin, que regreso a casa fascinado pero con un sabor de boca más bien amargo. Y a 110 Km/h. Que no se diga.
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Hace 1 mes