jueves, 8 de septiembre de 2011

El científico feliz de Bertrand Russell

Pocos representantes de la cultura en el siglo XX han hecho un esfuerzo tan importante para hacer asequible el pensamiento al ciudadano de a pie como el matemático, filósofo y Nobel británico Bertrand Russell. En su libro "La conquista de la felicidad", publicado en 1930, probablemente el primer y sin duda el mejor manual de autoayuda escrito para el hombre contemporáneo (y digo hombre, porque tanto la visión como la experiencia personal de Russell con el papel social de la mujer, al contrario que el resto de sus opiniones, aún perfectamente válidas, sí han perdido vigencia en nuestros días), reflexiona varias veces sobre cómo la envidiable profesión del científico le acerca a la felicidad. Veo a mi alrededor tantos científicos desengañados, presionados, cabreados y, en definitiva, infelices a la sombra de los recortes en I + D, educación, etc. que sufrimos en estos tiempos de crisis (¿cuándo no hubo crisis?), que creo oportuno, si alguno llega a leer esto, darles una inyección de optimismo recordando alguna de sus citas. Al menos, que no decaiga esa paz y emoción interior que según Russell caracteriza al científico vocacional.
"Entre los sectores más cultos de la sociedad, el más feliz en estos tiempos es el de los hombres de Ciencia. (...) En su trabajo son felices porque la ciencia del mundo moderno es progresista y poderosa, y porque nadie duda de su importancia, ni ellos ni los profanos. (...) Ejerce una actividad que aprovecha al máximo sus facultades y consigue objetivos que no sólo le parecen importantes a él, sino también al público en general aunque este no entienda una palabra. En este aspecto es más afortunado qu el artista. Cuando el público no entiende un cuadro o poema, llega a la conclusión de que es un mal cuadro o un mal poema. Cuando no entiende la teoría de la relatividad llega a la conclusión (acertada) de que no ha estudiado suficiente. (...) Muy pocos hombres pueden ser auténticamente felices en una vida que conlleve una constante autoafirmación frente al escepticismo de las masas, a menos que puedan encerrarse en sus corrillos y se olviden del frío mundo exterior. El hombre de Ciencia no tiene necesidad de corrillos, ya que todo el mundo tiene buena opinión de él excepto sus colegas" (sublime apunte irónico aquí de Russell).
"Las esperanzas puramente personales pueden fracasar de mil maneras diferentes, todas inevitables; pero si los objetivos personales formaban parte de un proyecto más amplio, que afecte a la humanidad, la derrota no es tan completa cuando se fracasa. El hombre de Ciencia que desea hacer grandes descubrimientos puede que no lo consiga o puede que tenga que dejar su trabajo a causa de un golpe en la cabeza" (o pongamos un recorte en los presupuesos para proyectos en su area de investigación), "pero si su mayor deseo es el progreso de la Ciencia y no sólo su contribución personal a dicho objetivo, no sentirá la misma desesperación que sentiría un hombre cuyas investigaciones tuvieran motivos puramente egoístas."
En fin, si esto no os convence, os aconsejo retrocecer 2000 años y leer a los estoicos, que ya trabajaron entonces la autoayuda del intelectual.
Así están las cosas... Prometo que la próxima entrada será por fin divulgación científica. A ver si soy constante y publico una todos los jueves (¡ay!). Gracias por leernos y hacernos crecer con vuestros comentarios. 

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