viernes, 21 de enero de 2011

Montagnier, papayas fermentadas y la teleportación cuántica del ADN


Luc Montagnier, Premio Nobel en 2008 por el descubrimiento del virus del SIDA 25 años antes, Príncipe de Asturias de investigación científica y técnica (2000), Caballero de la Legión de Honor francesa y otros muchos méritos probablemente merecidos… Aunque la sonada trifulca con Robert Gallo por la autoría del descubrimiento del virus enturbió en su momento la importancia del hallazgo, hoy no sólo su autoría sino también su autoridad en el HIV son incuestionables (pincha aquí para leer la historia del descubrimiento contada por el propio Montagnier, in English). De hecho, Gallo no compartió el Nobel con el francés, lo que implica que la historia parece inclinar la balanza a favor de Luc. No obstante, una buena parte de la comunidad científica nos tememos que el bueno del Dr. Montagnier chochea. Y mucho.
La penúltima aventura de Montagnier comenzó con unas declaraciones en las que afirmaba que una nutrición equilibrada y el consumo de sustancias antioxidantes podrían contribuir de manera decisiva a la prevención del SIDA. Dicho por la máxima figura mundial en la materia suena más serio, pero el sentido común dicta otras medidas profilácticas… Leyendo entre líneas parece que la intención del viejo Luc fuese utilizar su autoridad para divulgar la mentira piadosa de que cooperando con el África subsahariana para mejorar su alimentación haríamos más bien que invirtiendo un dineral en una vacuna que no tiene visos de viabilidad. Y eso es loable. Pero hace poco publicó un trabajo en la revista Toxicology en el que presenta el jugo de la papaya fermentada como una panacea para múltiples procesos patológicos por sus propiedades antioxidantes, incluyendo el SIDA. Entre sus propiedades estaría el retraso del envejecimiento, por lo que dicen se la habría recetado ya al papa Juan Pablo II en su día. Hasta ahí, todo bien… Extravagante, pero interesante si tales propiedades se corroboran, cosa que algunos investigadores dudan. Al menos en público… ¡Quién sabe si no se hartan de papaya un poco pocha a escondidas!
Pero todo tiene un límite. La última de Montagnier es su defensa de la hipótesis de que el ADN en solución acuosa es capaz de inducir ondas electromagnéticas, y que dichas señales dejan su impronta en fluidos situados a cierta distancia. Y, ta-chaaan… ¡Más difícil todavía!: Esta “impronta cuántica” es capaz de ser reconocida por la polimerasa de la PCR (la reacción en cadena que usamos de rutina en los laboratorios para amplificar ADN) que permite producir el ADN a partir de su fantasmagórico molde teleportado. Para demostrar esto, que aún no ha publicado (siempre le queda la opción de enviarlo a Current Revolution), ha tenido que eliminar los campos magnéticos de la Tierra para que no influyeran en el experimento. Nadie duda que la Ciencia se hace más fascinante cuanto más se acerca a los límites y que muchos grandes descubrimientos a menudo se han fundamentado en hipótesis de riesgo. Pero aquí se ha transmigrado varios pueblos, porque esto supone dinamitar las leyes de la física, la química y la biología en un solo experimento con planteamientos pseudo-homeopáticos, puesto que la experimentación realizada parece implicar diluciones extremas de la muestra (ya sabéis, la homeopatía no es más que un pintoresco tabú para nosotros los honorables científicos del siglo XXI).
Estos experimentos son objeto de controversia y debate en la comunidad científica sólo porque él los defiende, puesto que a cualquier otro científico loco, que somos muchos, se lo tomarían a guasa. Aparentemente, Montagnier acaba de trasladar su laboratorio a China, puesto que en Francia, heredera del exceso de racionalismo que trajo la Revolución, no encuentra financiación para este proyecto. No sé qué pensarán los chinos, pero yo a esta aventura no la veo mucho futuro.
Así que… ¡Hasta luego, Luc!